ANOREXIA Y BULIMIA: LAS ENFERMEDADES QUE CAMBIARON MI VIDA
Soy Lili Gaviria, cofundadora de “El Cuerpo Que Somos”, una iniciativa de tres mujeres que busca transformar la sociedad generando consciencia sobre nuestro cuerpo y todas aquellas insatisfacciones que tenemos como seres humanos.
Hoy quiero compartir con ustedes parte de una experiencia que quise mantener en secreto por mucho tiempo, siento que es el momento de que conozcan lo que generan e impactan enfermedades como la anorexia y la bulimia.
Trataré de resumir 10 años de historia, una historia de superación, contada desde el amor, el perdón y la consciencia. Es la experiencia de esta enfermedad la que me ha llevado a luchar por un sueño: el anhelo de evitar que otras personas caigan en estos desórdenes y la misión de poder ayudar a quienes ya los padecen.
Todo comenzó cuando tenía 15 años. Viajé con más de 40 mujeres de mi edad para conocer California. Durante el viaje, me la pasé comparando los cuerpos de estas jovencitas con el mío, notaba que la mayoría de ellas eran “flacas” y “bonitas”, mientras el espejo reflejaba una figura distorsionada de mí misma, mostrándome como una niña insegura, no tan bonita y por supuesto “gorda”.
Desde ese momento impuse la delgadez como el atributo principal de la belleza femenina y se convirtió en un reto lograr la figura que veía en las mujeres que consideraba hermosas. Así que empecé a hacer numerosas dietas y ejercicio con el único objetivo de bajar de peso.
En mi familia, el tema de la alimentación sana y la delgadez tomaba gran importancia -o así lo veía yo-. Algunos comentarios como: “Es bueno que hagas más ejercicio”, “No comas tanto que estás engordando” y “Estás un poco pasada de kilos”, tomaron las riendas de un nuevo rumbo en mi vida y mi gran meta se convirtió en “debo estar flaca como sea”.
Empecé a hacer una dieta estricta, donde solo comía frutas y verduras. Eliminé harinas, dulces y proteínas, y complementé con ejercicio duro. Era una decisión difícil porque me encanta la comida, así que a medida que los días iban pasando sentía más ansiedad, intranquilidad y frustración.
Recibí un regalo por esos días que marcó mi vida: una bolsa de chocolatinas. En medio de la ansiedad, el hambre y las irresistibles ganas de comerme, así fuera una, me devoré la bolsa completa. Después llegó el arrepentimiento y desde ahí tomé la decisión de empezar a vomitar.
Lo que no sabía era que ese juego se convertiría en la peor pesadilla de mi vida.
Un año después, vomitaba 17 veces en un día. A pesar de creer estar cumpliendo con mi objetivo, estaba pasando momentos difíciles, llenos de temor, angustia y ansiedad, donde toda mi vida giraba en torno a la comida; sentía mi cuerpo enfermo y cansado. Me convertí en una extraña, me volví más insegura y quería encajar en los estereotipos de belleza que mostraba la sociedad.
Ser bulímica me alejó de mi familia, la relación con mis hermanas era cada vez más distante, no toleraba una conversación con mis padres, no me identificaba con ningún grupo de amigas y dejé de compartir con ellas momentos que hoy anhelo.
Mis padres se dieron cuenta de mi enfermedad y hasta pensaron en internarme en una clínica. Me rehusé a hacerlo porque negaba mi condición, pero al ver que su decisión estaba tomada y después de haber buscado ayuda profesional sin éxito, fui consciente de que estaba tocando fondo.
Poco a poco fui aceptando mi enfermedad y a medida que pasaba el tiempo, mi cuerpo me pedía a gritos una sanación para liberarme de esa pesadilla que estaba terminando con mi vida y la de mi familia.
Fue en ese momento cuando opté por empoderarme y afrontar mi enfermedad. Busqué ayuda e intenté por muchos medios rehabilitarme, pero no encontraba quien de verdad me entendiera. Fue entonces cuando le pedí a Dios todos los días, con mucha fe, que me diera las herramientas para sanarme y que pusiera a alguien en mi camino para guiarme, ayudarme y salir de ahí.
Entonces conocí a una mujer que estudió Sofrología (manejo de las emociones) y que pasó por lo mismo. Me sentí muy identificada porque sabía que me entendía, ella me acompañó en este camino de conocerme mejor…
Me ayudó a entender que debía amarme tal y como era, que no necesitaba aparentar ni encajar en la sociedad, que mi cuerpo era el más maravilloso vehículo para vivir y que no era un objeto para lucir y modificar, que tenía toda una vida por delante y muchos sueños por cumplir.
Empecé a hacer una serie de ejercicios diariamente, donde todas las mañanas me miraba desnuda al espejo y repetía frases motivadoras, amorosas y convincentes.
Empecé a cambiarle el chip a mi mente: cada vez que vomitaba, me hablaba en voz alta y me alentaba para cambiar esos patrones de comportamiento ¡y funcionó! además porque también sentía a Dios en cada frase que repetía. (Les contaré un poco más de esto en el próximo post).
Hoy, ocho años después de salir “de ese túnel” soy otra, he aprendido a amarme y a aceptar mi cuerpo tal como es. Entendí que esta es una enfermedad que destruye tu cuerpo y tu vida, acaba con tus sueños y termina por consumirte en un mundo vacío y sin sentido.
Soy consciente de que lo más importante y el motor de nuestra vida es el amor propio, y que para ser feliz solo necesitas estar en armonía con tu cuerpo y tu vida.