Volando a casa: Mi alma
Pensé que este iba a ser el último escrito del 2017, después que sería el primero del 2018....pero ha sido un viaje tan largo y tan bonito que necesitó mucho más tiempo para llenarse del color y la vida justos para llegar a esta realidad.
Hace dos años y 4 meses viajé a Europa con una emoción en el alma que no puedo describir, estaba cumpliendo un sueño que tenía desde los 16 años: viajar a estudiar, conocer otro mundo, salir de mi casa y vivir sola. 7 años después había sido aceptada en una universidad de Holanda con un contrato que me permitía aprender, investigar, ganar experiencia como ingeniera química, definir lo que me gustaba y ser independiente económicamente. Estaba feliz y aunque lloré gran parte del vuelo -creo que mi corazón intuía lo que encontraría-, aún no imaginaba que al cruzar el Atlántico había empezado uno de los viajes más profundos de mi vida: un viaje a casa, a mi casa, a mi alma.
En medio de todos los tesoros que me entregó esa experiencia, descubrí lugares dolorosos que no había reconocido antes y me permitió enfrentarme a la relación que había construido con mi cuerpo, con mis emociones, con mi casa. El 2017, el segundo año de esta aventura, empezó con una experiencia increíble: un curso de meditación (vipassana) de 10 días en el que, observando primero mi respiración y luego mi cuerpo, viajé a lugares del corazón y la mente que aún no recordaba,
identifiqué y confirmé la enorme conexión que tengo con mi abuela y empecé a reconocer pistas de lo que necesitaba para no perderme. Volví a mi vida diaria y tuve que cuestionarme la escala de valores y prioridades sobre las que quería seguir construyéndome, mirar a la "cara" lo que hacía y lo que sentía y aceptar que estar trabajando en Holanda era un regalo del universo, con un propósito inmenso detrás de la ingeniería, pero era sólo una parte del rompecabezas.
En ese momento mi vida aún tenía muchos matices: entrenamiento duro, ingeniería al límite de mis conocimientos, diseño de una rutina para una noche inolvidable de acrobacias en Holanda; viajes, amigos, de todo un poquito...en medio de todo viajé a Noruega para recibir un conocimiento que aún debo admitir no creía que fuera para mí: ser moon mother al lado de Miranda Gray. No conocía mucho, leí Luna Roja porque era requisito para certificarme y decidí hacerlo porque quería conocer formas alternativas de tratar mis ovarios poliquísticos, sin pensar nunca en hacer terapias con alguien más.
Hubo un movimiento gigante en mis emociones, mi energía, mi vida... y lo sentí profundo, como si me hubieran lanzado a un abismo oscuro. Me desconocí como ingeniera, cuestioné mi presente cuando llegué a uno de mis "mejores" momentos físicamente en la noche de pole; pasó esa noche, llegó el verano, se acabaron los entrenamientos y debía entregar mi tesis y ahí, al ver mi vida reducida a un polo que amo y disfruto pero no me define: el ingenieril, no me sentía conectada con el lugar en el que estaba ni con una vida monocromática que me quedó cuando los matices se difuminaron de repente.
Poco a poco no quedaron fuerzas ni siquiera para pararme de la cama. Intentaba cada día hacer algo que me diera energía: yoga, meditar, correr, crear algo en la cocina y empecé a hacerlo a un ritmo completamente diferente al que tenía antes de sentirme sin alientos... allí en esos lugares me enfrenté con los vestigios de un perfeccionismo controlador que empecé a reconocer como hiriente y destructivo que quise dejar a este lado del Atlántico, pero aún reclamaba su lugar.
Llegó arañando las bases de mi configuración mental de los años pasados que no sólo era todo o nada...era todo perfecto o reproche constante...la motivación no era disfrutarme en la mat para sentir hacia dónde iba mi cuerpo sino retarme y entrenar para alcanzar las assanas que quería, no era correr para sentirme bien y tranquila disfrutando una ruta bonita sin preocuparme, sino para superar tiempos y distancias -y no digo que esto sea malo, las metas nos llenan de satisfacción y motivación, pero era mi razón absoluta sin disfrute a bordo-, no era cocinar disfrutando sabores y colores diferentes con uno de los mejores placeres de la vida, sino hacer exactamente todo lo necesario para "llegar a un objetivo definido" que nunca paraba, pues se transformaba siempre en el siguiente sin ser nunca suficiente: más fuerza, menos peso, menos grasa, más "flexibilidad", más resistencia, más masa muscular...cambiaba cada año o cada trimestre pero al final era un perfeccionismo oculto detrás de cosas buenas.
En ese momento, sin ánimo para darme duro y exigirme como siempre lo había hecho, tuve que aceptar que mi cuerpo se sintiera exhausto y exprimido, sediento y paralizado en un invierno del alma; tuve que aceptar que en lugar de correr 21k, salir a correr por el bosque y respirar sin contar siquiera la distancia de la ruta era más valioso que entrenar para una maratón, que los momentos en los que quería comerme la cocina entera venían de la restricción constante que había tenido los años anteriores para lograr algo físico disfrazado de objetivos sanos y la idea inocente de poder hacerlo perfecto sin desvíos, a costa de mi tranquilidad mental y mi equilibrio emocional a largo plazo.
Cuando tuve el coraje para aceptar que lo que nunca había definido mis relaciones: lo físico; necesitaba una reconstrucción desde un amor profundo por mi humanidad y mi presente, arranqué de un lugar recóndito de mi mente un temor con el que salí de Colombia aparentemente inofensivo resumido en una frase que me dijeron varias personas al despedirme: "como estás de bien, pero te vas a engordar horrible, todos los que se van se engordan". Ese miedo estaba en mi subconsciente, acompañado de una sensación de tener que vivir siempre caminando hacia algo, sin comprender que el algo me estaba pasando justo en ese momento en que yo planeaba alcanzar una versión mejor, que mi cuerpo ya era perfecto como era sin importar lo que no me gustaba.
Me acuerdo de un momento de quiebre, cuando vi las fotos de esa noche de pole y vi un montón de cosas en mi cuerpo que no me reconocía frente al espejo; de las que no estaba orgullosa ni segura en el día a día, era evidente todo el trabajo que le había exigido y era la síntesis de mi relación con él: un proyecto inacabable que no abrazaba a pesar de ser hermoso, por aspirar realidades diferentes.
Sólo me daba cuenta de su belleza después, cuando veía fotos de meses atrás me gustaban pero ya había pasado ese momento y no me había disfrutado, ¿hasta cuándo me iba a dejar pasar?.
Allí integré esa luz de vipassana que me recordaba constantemente la impermanencia de la vida y la ciclicidad femenina que empecé a reconocer como moon mother, la evidente imposibilidad de congelarla en un estado físico y emocional perfectos. Si el equilibrio era un estado estático nunca iba a tenerlo, en el equilibrio tenía que aceptar sin remedio los desvíos.
Entonces pude empezar a observar mis pensamientos, los más profundos que me decían que 20 minutos de yoga sin guía, sientiendo realmente mi cuerpo no eran suficiente, que correr disfrutando el aire de otoño sin preocuparme por metas de distancia o frustraciones por tiempos no valía la pena, esos que me destruían frente al espejo y ni siquiera venían de afuera; los que me habían enseñado a contar lo que ponía en mi plato ignorando lo que realmente quería comer desde que tenía 14 años, los mismos que me decían que me quedara 4 años más en Holanda haciendo un doctorado porque esas oportunidades no se dan todos los días ni a todo el mundo y además, "no eran suficientes" dos años de postmaster aunque mi corazón se volviera añicos ante la idea y quisiera regresar a Colombia a toda costa.
Empecé a observarlos y a resignificar los más dolorosos. Me di cuenta que mi posibilidad de recibir estaba en el piso, al lado de un merecimiento perdido.
Tendida en el suelo (literalmente) después de hacer yoga un día y con la angustia de estar los 4 años siguientes donde ya no me sentía conectada a pesar de haber amado el tiempo que estuve allí con todos sus altibajos, diseñé un taller para mí misma redefiniendo "rendirnos" desde la posibilidad de recibir regalos hermosos después de haber puesto todo el esfuerzo necesario y reconocerlo suficiente, reconocerme suficiente.
Volví a Colombia y ese taller me sorprendió al convertirse en un espacio que muchas otras personas han disfrutado para hacer conciencia y sanar desde sus lugares de autojuicio parte de los ataques diarios de la voz que nos habla 24/7.
Me sentí conectada con esta tierra desde que aterricé en Bogotá y aunque aún siento miedo, tomé la decisión de quedarme y seguir siendo suficiente siempre que pueda seguir mi intuición; de mirarme al espejo y agradecerme por tantos pasos, tantos esfuerzos y tanto corage a pesar de las lágrimas justo en los momentos en que quiero empezar a reprochar algo que no me gusta, aceptándome de forma incondicional sin importar los comentarios externos -porque sólo dos de todas las personas que volvieron a verme me dijeron "linda"...que me dijeran flaca y acabada la mayoría de personas con quienes me reencontraba no era precisamente lo más placentero de escuchar-.
Decidí no aplazarme y no montarme en un avión de regreso que ahora, justo ahora debe estar cruzando el Atlántico con un puesto disponible y un requerimiento especial de comida a nombre de Carolina Ramírez Mazo...decidí quedarme aquí donde mi alimentación va más allá del plato y me llena de lugares mágicos en los que me conecto espiritualmente, en los que disfruto moverme y ver resultados en mi cuerpo como una consecuencia natural, producto de días de risas en medio de rutinas que me retan físicamente y me exigen respetar mi energía, sin importar el tiempo...porque cuando se disfruta pasan horas sin que sean una meta; esos días alternados con otros de descanso y momentos para quedarme quieta sin sentir culpa por no hacer 3 horas seguidas de ejercicio, para quedarme disfrutando un libro o recuperándome después de haberle velado el sueño a mi abuela cobran más sentido que los meses seguidos sin parar.
No tengo la vida resuelta, hoy menos que nunca, con el mayor grado de incertidumbre al que me he enfrentado jamás, quedarme significa afrontar todas las posibilidades de aprendizaje (no éxito o fracaso) juntas, sabiendo que un doctorado estaba esperándome en el viejo continente.
Pero así como le he encontrado sentido a esos dos años hermosos lejos de esta raiz, para conectarme conmigo misma a través de ella de forma más profunda; así como en medio de los abismos le encontré sentido a mis caídas para abrazar otras existencias en las suyas e inundé de policromía mis blancos y negros, sé que es momento de rendirme y confiar, soltando el "control" que creía tener para poner todo mi trabajo dejando que pase lo que no está planeado o más bien, lo que hace rato planeó la vida, pues ella es mucho más vieja que yo en eso y tiene más experiencia para transformar mis intenciones bonitas en obras de arte perfectas.
Así me lo mostró esa sabiduría universal e infinita, esa espiritualidad que siempre me ha acompañado y que justo en lo más oscuro del abismo me empezó a rescatar despertándome día a día con frases de canciones llenas de paz y tranquilidad en mi cabeza colapsada. Fue difícil aceptar que cada mañana me despertara con esas palabras ¨no te sientas sola¨, ¨¿por qué tengo miedo? si nada es imposible¨, fue escalofriante escuchar en mi mente una en especial que me hizo comprender que había sentidos más profundos para vivir lo insoportable, una que todavía me estremece al pensar que hay propósitos mucho más allá de mi capacidad inmediata de comprensión: ¨llévame donde necesiten tus palabras, donde necesiten mis ganas de vivir, donde falte la esperanza, donde falte la alegría...¨. Por eso elijo confiar en esa magia que me ha mostrado SIEMPRE una causalidad hermosa en mi existencia, en una divinidad que reconozco porque la siento al mirar mi ruta y la posibilidad de continuar a pesar de mi fragilidad y mi vulnerabilidad humana ¿por qué dudar tanto?.
Gracias por caminar a mi lado, gracias por encontrarse conmigo a través de estas letras, gracias por compartir su alma.