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Un día en el gimnasio

¿A qué vinieron hoy?

Silencio. Todos tomando aire mientras pedaleábamos.

- ¿A qué vinieron todos hoy?

A quemar grasa, muy bien. Las calorías que trajo no se las va a llevar hoy para su casa, déjelas aquí. Si baja la velocidad, entonces no va a quemar tantas calorías. No le baje, así no quema los gorditos. ¡Vamos, vamos!


La persona que decía todo esto (con micrófono, a todo volumen), dirigía una clase de bicicleta estática en un gimnasio, y durante los 50 minutos que dura la misma, no paraba de hablar de la grasa y las calorías (repito, con micrófono y mucho volumen).


Por un momento estuve fantaseando con alzar la mano y preguntarle: ¿Puedo estar en esta clase si vine para celebrar mi cuerpo, fortalecer mi corazón, mejorar mi salud para mi futura vejez, pasar bueno y ser más fuerte?

Me daba risa pensarlo, pero en el fondo sentí dolor en nombre de las mujeres que escucho día a día sufriendo por su cuerpo, a veces de una manera extrema.

Hace muchos años este tipo de “frases motivadoras” me hubieran parecido normales. Como me dijo una amiga: “eso es lo que motiva a la gente”. Hoy en día, gracias a fundar El Cuerpo que Somos, estudiar psicología, aprender de la imagen corporal y escuchar a tantos pacientes, siento de todo, menos motivación. Afortunadamente hasta ahora estoy usando un bono de regalo que me dieron para usar un mes el gimnasio.



¿Cuántas personas habrá en esta clase luchando contra su peso? –pensé-. ¿Habrá alguien con anorexia? ¿La niña que está a mi lado vomitó su desayuno para venir a entrenar? ¿Está contando calorías mientras el instructor le recuerda que a eso vino?



No quiero pensar en los efectos psicológicos de estos comentarios. No quiero imaginar cómo esto puede de alguna manera mantener la creencia de que el ejercicio es para quemar grasa exclusivamente. Pero aunque no quiera pensarlo, ya lo sé. Algunas personas reciben estos mensajes –más otras cosas de sus vidas- como influencias para desarrollar desórdenes alimenticios, adicción al ejercicio, frustración por no quemar en una clase 545 calorías sino 437, castigarse por comer el día anterior, abusar de su cuerpo, etc.

Termina la clase y me dirijo a hacer “rumba”. Me imaginé que aquí bailaríamos sin pensar en nada en especial, disfrutando. La persona encargada nos saluda: “¡Buenos días! A quemar toda la natilla y buñuelos que se han comido este diciembre”. Las que no han comido natilla y buñuelos probablemente respiran. Las que sí comieron, ¿qué sentirán?


Y así, sutilmente, poco a poco, el discurso de la quema calórica y la bajada de peso va entrando a nuestras vidas, hasta que a veces nos llega a controlar. Efectivamente, las chicas que estaban a mi lado empezaron a confesar entre ellas mismas cuánto estaban pesando en ese momento y cuánto debían bajar. Eso se los dijo el médico del gimnasio en su cita de revisión, decían.


Terminé ambas clases y salí feliz por haber cumplido mis objetivos: cuidar mi salud, ayudarle un poco a mi cuerpo para mi vejez, sentirme vital y con energía, disfrutar de la adrenalina y el movimiento, cuidar mi salud mental, bajarle al estrés cotidiano. Pero hace 10 años hubiera pensado que soy una “perdedora” por haber comido ayer y porque no quemé lo suficiente. Hubiera empezado a odiarme por no obtener la quema de grasa que el ejercicio debe dar.

En mis sueños, mi ciudad empieza a tomar consciencia de un nuevo enfoque para el ejercicio y la relación con el cuerpo y la comida. En mis sueños, se cuestionan estas frases motivadoras. En mis sueños, el instructor nos dice: ¿A qué vinieron? A celebrar que pueden moverse, que estamos vivos. ¡Muy bien, felicitaciones!, han logrado su objetivo.




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